La importancia de no conducir un gasolina como si fuera un diésel
Para alcanzar su máxima funcionalidad, los coches gasolina y diésel se deben conducir de manera distinta.
El funcionamiento entre un coche gasolina o uno diésel es muy distinto. A grandes rasgos, los motores de gasolina obtienen energía mecánica directamente de la energía química de un combustible. A continuación, la explosión de este combustible mediante una chispa produce la expansión del gas, lo que provoca finalmente el movimiento del pistón. Los motores diésel, en cambio, funcionan transformando el calor en trabajo mecánico a través de la distancia entre un foco caliente y un foco frío. Por ello, conducir un gasolina como si fuera un diésel, o viceversa, es un terrible error. Sin embargo, uno muy común.
Empecemos por el principio. A la hora de arrancar nuestro gasolina, no debemos poner nunca el pie en el acelerador, sino que deberemos pisar el embrague y, a continuación, meter una marcha. En cambio, cuando queramos poner en marcha nuestro diésel, deberemos arrancar el motor sin pisar el acelerador y esperar unos minutos antes de meter la marcha y empezar a circular.
En los coches gasolina, se recomienda cambiar de marcha entre las 2.000 y las 2.500 rpm. Por su parte, en los diésel, esta recomendación varía y cambiaremos de marcha entre las 1.500 y las 2.000 rpm. Bajo ningún concepto conduciremos nuestro diésel a más de las 3.500 revoluciones.
Cuando queramos reducir la velocidad con un gasolina, se recomienda dejar de acelerar en lugar de frenar, pues así aprovecharemos la inercia con la marcha engranada, siendo cero el consumo de combustible del coche en este momento. También, podemos dejar que el vehículo vaya deteniéndose lentamente en punto muerto o con el embrague apretado. Para reducir la velocidad con un diésel, tendremos que levantar el pie del acelerador y dejar la marcha engranada mientras frenamos suavemente hasta detener el coche por completo.